viernes, 11 de marzo de 2011


Los terremotos contorsionan las juguetonas figuras de tu gesto; las melodías del viento esquivando entresijos de ramas que apuntan a un cielo tan inmenso como tu mirada, denotan libertad y carisma. Mientras, además, expresan elocuentes lecciones que señalan cómo seguir y por qué. Así es como agarré fuerte un margen de tu verdad para salpicarme después de mi propia lumbre y sumergir las llamas entre la humedad de tus recodos aún casi inhóspitos, que señalan con sonrisas esperanzadoras un sosiego esclarecedor. Duermo sentenciosas palabras en la boca de tus oidos y decoro con fuerza sencillamente edonista el talante de tus ojos, dibujándolos al tiempo del tono que acontece en los atardeceres rojos del estío que quema árboles y golpea sombras. Apoyo lágrimas corpóreas sobre el yanto de tu infante experiencia que, extrañas, recorren un cuerpo desnudo en la desnudez de una natura vestida de nada. Y el sueño evapora el único fósil de un logaritmo que termina con los ojos clavados ya en la cima de su copa; desprotegidos de la lluvia que finiquita la consecución del tronar tembloroso.

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