
Caminaba yo descuidado entre diferentes columnas establecidas a lo largo de un ancho pasillo de mármol negro. Al final nunca había nada, y entonces recordaba lo bonito que siempre me parecía pero lo insustancial de su utilidad. Una vez hube despertado del sueño, no se desdibujaba lo anterior; es más, un sobresalto encendía con sutil potencia un duende de aúpa en el resquebrajado cuerpo del que una vez más había sobrevivido. Siempre me preguntaba si ese negro resaltaría otra vez o si deslizaría agonizando sobre mis piernas mientras maldecía una vez y otra lo maldito de vivir empujado por la todopoderosa verdad.
Casi abrazado a su cariño, salvado o enseñando un atisbo de dulzura a mi rostro, se escurría fácilmente entre insatisfactorios intentos de ridícula expresión por hacer cómodo su momento preferido. Esos recónditos miedos por no doblegar aquello a lo que llamamos aburrimiento. ¿Cuándo podré hacer de mi un capullo tan libre que pueda volar como vuela aquel al que nadie mira por dilucidar un aspecto tan feliz como triste? Uno me decía que el problema sólo era mio y que nada ni nadie podría curarme de esta compleja locura de infinitas caras. Algunos allegados me confirmaban sus dudas con cierta transmisión de fuego melancólico en sus ojos. Algunos otros me dirían la verdad supongo que al demostrarme la debilidad que en fatales minutos golpeaba en frágiles suspiros la penetrante armonía ficticia que dominaba mi alma.
Seguiré buscando de maneras descuidadas la noche que me diga: no dudaré, ni tendré miedo de querer como se es querido a quien de verdad se quiere, ni mentiré como miente aquel a quien las mentiras le dedican una contínua sonrisa dibujando así una vida llena de espectaculares hazañas de un héroe al que nada le daña, ni tendré miedo de hacer todo eso que ahora pienso.
No hay comentarios:
Publicar un comentario