
Salgo, a veces con violencia,
otras con miedo a caerme ante algún longevo.
Continúo, no sin antes volver a cerciorarme de la presencia,
como todos los días,
fugitiva, espiándome a cada paso;
halcón sin peregrinación, castigado a violar mi intimidad.
Me prestas ahora dos ángeles
que sueñan aun con el beso más largo,
y a quienes miro y admiro,
dejándome llevar por la oscuridad de la imaginación,
fantaseando con el esmero de un torpe mecedor de soledades.
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