
Indomables, como las hormigas en tropel,
sacuden gritos asonantes
envolviéndolo todo en un perjuicio insuperable.
Y sin embargo, cuando calman,
son demasiado misteriosos,
y en ese momento pienso, a veces mal,
que he vuelto a satisfacer
al ángel endemoniado
-que aguarda tras de mi-,
con la espada afilada pero muerta de envidia.
Tras las paredes, el castillo
multiplica el pobre trabajo
haciéndolo noble, al menos glamuroso.
Tal vez me asalte cualquier dama
abriendo una puerta fantasmal,
apoderándose de mi fragilidad,
untando con la crema del deseo más gótico
mi faz,
mis piernas,
y mi abdomen.
sacuden gritos asonantes
envolviéndolo todo en un perjuicio insuperable.
Y sin embargo, cuando calman,
son demasiado misteriosos,
y en ese momento pienso, a veces mal,
que he vuelto a satisfacer
al ángel endemoniado
-que aguarda tras de mi-,
con la espada afilada pero muerta de envidia.
Tras las paredes, el castillo
multiplica el pobre trabajo
haciéndolo noble, al menos glamuroso.
Tal vez me asalte cualquier dama
abriendo una puerta fantasmal,
apoderándose de mi fragilidad,
untando con la crema del deseo más gótico
mi faz,
mis piernas,
y mi abdomen.
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