
En consecuencia, el trastorno,
ocasión en la que enmudecen ciertas Afroditas,
y por ende, el fracaso,
endeble enemigo de mi entusiasmo.
Enrabieto disculpando,
volviendo a colocar la venda cegadora,
como un huracán que arrasa con los miedos
que mi espalda adora.
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