La corazonada de la hiponcondria no razona,
se inmiscuye en el bajo espíritu racional
para saturarlo de falacia
y mecerlo bruscamente contra los burladeros.
Los templarios de la salud amarran sus armas,
desinflaman las heridas con perspicaz logro.
Una centella inesperada se cuela y grita sonoramente:
¡somos elocuentes hijos de Epicuro!
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